Lágrimas mudas que brotan sin intención.
Lágrimas de nudo en la garganta.
Lágrimas de ver tu nombre y el de ella tan juntos. Quién sea la felicito,
tiene todo lo que había estado buscando, lo que por un momento creí encontrar, lo que más hubiera deseado: la felicidad de tu compañía.
Caigo, otra vez, en ese vacío enfermizo de un "qué hacer" "cómo hacer" "con qué objeto"...
Busco refugio y me rodeo en acrílicos de colores, los colores que me son tan difíciles de asimilar. Busco los colores que me faltan (que siento que me faltan) y los utilizo, pinto con ellos y hago mamarrachos, me convierten a mí misma en un mamarracho, un desastre que quedó garabateado a medias, inconcluso y sin otro destino que el arrinconamiento y el olvido. Al fin veo que los colores no son lo mío. Busco que me hagan brotar la cabeza con ideas, pero no. No hay ideas. No hay iniciativa. No hay voluntad. No hay nada para decir. O sí, mucho. Pero duele tanto que me aplasta, que prefiero implotar una y mil veces más. Llorar lágrimas mudas una y mil veces más.
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