lunes, 11 de febrero de 2013

La isla.


 Si me miro al espejo veo el mar. Un mar profundo, ahí el agua es transparente y confortante. Hay algas verdes que se cruzan entre las costas de pastos negros.

En el medio una isla. Tierra marrón oscura, que nace cada vez que empieza un día nuevo. A veces es tan chiquita que cabe un solo alfiler, otras veces es inmensa y puede albergar los recuerdos más bonitos.

El problema es cuando llueve. El mar se hace más salado y comienzan las olas que no dejan ver. Hacerle contra a la tormenta o dejarse llevar, ahí es donde los truenos se asemejan a gritos y los relámpagos a decepciones.

Muchas personas visitan la isla, pero pocas se quedan. Hay quienes anclaron en ella y otros le sacaron solo una fotografía.

Si sigo mirándome al espejo puedo ver que hay un puente. Diminuto puente que conecta esta isla con otras. Puente que se crea en un instante, en un parpadeo. Pero hay que ser muy hábil para verlo y no dejarlo pasar por alto.

En el momento en que se materializa el puente, deja de haber isla para pasar a ser archipiélago, que luego es continente, para después ser mundo y volver a ser tierra.

Tierra blanda que cambia y crece. Une y separa. Que mira y no puede ver. 

2 comentarios:

  1. Este escrito me gusta mucho, de verdad.
    Ese reflejo, esa isla y ese mundo, los truenos y relámpagos, la gente de paso o permanente, los puentes... todo frente al espejo, todo en uno mismo. Me encanta. Gracias por compartirlo :)

    ResponderEliminar