Una chica se subió al colectivo
subió sola y subió llorando.
Quería disimularlo y miraba para abajo, intentaba taparse con una mano aunque no lograba mucho con eso.
Su cara se había llenado de manchas rojas y sus ojos se perdían intentando buscar el suelo para no sentir las miradas acosadoras de los desentendidos.
Y yo estaba ahí, no pude hacerme el que no notaba, entonces mi mirada se ancló en ella.
No pude evitar distraerme en sus labios, su pera que, impulsivamente la obligaba a hacer pucherito, aunque no quisiera, se notaba el forcejeo por el intento de contención. Le fue incontrolable a la pobre, como si fuera aún una niñita pequeña , en la mesa del mediodía, luego de ser retada por masticar con la boca abierta -el incómodo momento en que el padre le grita y le da un manotazo en la nuca (que no dolió) pero siente más que eso-. Entonces se traga la comida a medio masticar. De una. Y se le queda atragantada. Y el puchero no se va, quiere aparentar que es fuerte, no quiere llorar, pero no desaparece, es incontenible.
Entonces no pude dejar de mirarla, tan vulnerable. Estaba totalmente ida.
El colectivo de a poco se vacía. Los asientos van dejando espacios libres y la chica consigue uno, contra la ventana. Así que no podré ver su puchero que va y vuelve y le reaparece indeseablemente. Torció la cabeza para mirar afuera lo más que pudo.
Yo seguía parado, no quería alejarme demasiado. Me tomé del asiento contiguo al de ella, quería seguir viéndola: sus gestos casi nulos, pero que teñían el aire de su alrededor y lo llenaban de una melancolía indescifrable; no por morbo, simplemente mi mirada no quería dejarla.
Su perfil: su pelo corto y el flequillo largo que le cubría la mitad izquierda de la cara, pero no las lágrimas que caían como gotas mudas, una seguida de la otra.
Su mirada se perdía en la ausencia de todo lo que había alrededor. No miraba hacia afuera, no miraba los autos pasando, ni los perros cagando, ni la gente caminando de acá para allá, gritando y apurada. Era una total abstracción.
Era una mirada sumida en su mente, en recuerdos y tristezas. Su vista estaba fija dentro de un pasado tan reciente que la lastimaba muy profundo. Del cual no iba a desprender fácilmente.
Y a lo mejor se mezclaba con lo demás, todo lo demás. Todo eso que te pasa teniendo apenas 16, aparentando, pareciendo o no de 20.
Y a lo mejor, lo que más le pesa de todo eso es seguir sintiéndose como esa niña pequeña que no podía frenar su pucherito y no saber nada, nada del qué viene después.
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