miércoles, 19 de marzo de 2014

Cartas al Rey de la Cabina

Tú:

¿Serás sensato? ¿Por eso te fuiste?
¿Por tu edad y la mía? Júralo que no.
Hoy me desperté como si nevara y los copos (¿por qué
nevará más suave que la lluvia?)… los copos estaban hechos
de saber que te fuiste porque te pesa ser mayor que yo.
Te digo, no era una lluvia, que me aplastó al darme cuenta.
No, era la luz de saber eso que no te atreverías a reconocer.
¿Evitarás el escándalo?
¿Quién te lo pide?
¿O acaso crees que sé por qué te busco? (nadie es
tan infeliz como para saber por qué busca a otra persona).
Son líneas pequeñas escritas en una lengua que se nos escapa.
Por más que pasáramos siglos descifrándola, por más
que los científicos dejaran tranquilos a sus microscopios,
A sus computadoras, y sólo se dedicaran a descifrar
estas líneas, ellas seguirían sin ser leídas. Por más que,
cansados de fracasar, aceptaran, por fin, la ayuda
de los magos; y los magos, cansados de fracasar, le pidieran
ayuda a las brujas, y ellas le pidieran ayuda a los ángeles,
seguirían incomprensibles.
Están escritas con letra de paso de hormigas.
¿De qué crees que me estás salvando? ¿Quién te lo pide?
¿Crees que sé por qué te busco?

Estoy llena de pequeñas letras invisibles que unas hormigas
escribieron mientras me hacían, con sus cuchillitos
y sus tenedores diminutos.
¿Y tú, soberbio o ignorante, crees que te alejas por mi bien?
Te voy a decir todo lo que sé.
Son hormigas y arañas que bajan de las estrellas.
Y una vez que han escrito su canción, en vez de irse,
se quedan para que uno se las coma. Así guardan sus secretos.
Permanecen quietas todo lo que haga falta. Luego se esconden
en la primera leche, o en una tostada a los seis años
o a los veinte (sólo ellas saben) para ser comidas.
Nunca te enterarás si han terminado su tarea o no,
si todavía están. Y esas habrán sido tus arañas
Y tus hormigas, tus ángeles laboriosos.
Pero esto
es sólo un cuento demasiado bueno,
para que sepas lo que sé
(me enojo conmigo misma cuando leo lo que escribí
y suena rosado, quiero romper la carta,
pero no quiero escribir otra).
La verdad está en el olor a brea de las autopistas,
 y en los supermercados.
En los golpes de los martillos. En el clic del botón
que apaga la radio. En las sirenas que se oyen de noche.
En las escaleras de metal. En las cortinas de plástico
(esas baratas para que no entren las moscas a la cocina).
En tu maldito reloj despertador, para llegar a tiempo
al maldito turno en el que has elegido esconderte.
No esperes que nadie,
NADIE,
ni siquiera los que crees que me quieren,
te agradezca esto que haces.
Podemos seguir, pretender que nunca nos cruzamos.

         Vivir, incluso, felices.

                                                                                     "Cartas al Rey de la Cabina"
                                                                                            Luis María Pescetti

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