Hace 20 años, Kurt Cobain convertía su desesperación en un disco, 'Bleach', que auguraba cosas (musicales) mucho más serias, un severo terremoto para la cultura popular.
'Slacker', que en realidad significa 'Vago', dibuja genialmente con gran sutileza y no poca poesía disfrazada de prosa el desastre vital de la juventud en una ciudad de provincias yanqui a finales de los 80: la abulia, la ruina moral (?), el vacío y la locura, cantidad de locura. Supo capturar el espíritu, la inconformidad y la rebeldía de toda una generación. Fue consecuente con su independencia en todos los aspectos: estético, económico y político.
La ciudad, Austin (Texas), es un suburbio materialmente eterno y moralmente claustrofóbico.
Con tan sólo un costo de 23.000 dólares, Richard Linklater experimentó en una narración fragmentada, armando una especie de collage entre escenas. Son momentos fugaces, conversaciones que se escuchan a medias, gestos mínimos captados al pasar. El film tiene infinidad de protagonistas: todos tienen sus cinco minutos de fama y desparecen sin que nunca sepamos sus nombres. Ni de dónde venían, ni a dónde iban. Si embargo, en esos instantes algo de la compleja experiencia humana queda plasmado en la pantalla.
Desde el minuto 10, estuve la hora y media que dura 'Slacker' imaginando que de esta manga de desocupados perpetuos, pervertidos mentales, buscadores de quién sabe qué, dulces tarados y pungas mediocres perfectamente podría haber salido un Kurt Cobain, cambiando Austin por Aberdeen y sumándole algo de heroína.
¿Qué se espera de nosotros, humildes consumidores de la nada, sólo estando, siendo en nuestra propia vida? ¿Que encima nos estemos calladitos y mantengamos nuestros sentimientos al margen en el cajón de la mesita? Eso mismo parecen preguntarse los personajes de 'Slacker'.
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