viernes, 30 de marzo de 2012

Unidos por el destino.


Lo que escuché en sus discos fueron canciones en que el silencio, la guitarra y una voz suave, melancólica y enrarecida por un efecto de doble voz son las protagonistas, canciones muy lindas, para un día de lluvia, o una noche mirando el mundo por tu ventana.
La siguiente es la trascripción de la nota de La Mano del número 39, mes de junio de 2007:
Unidos por el destino.
Por Diego Mancusi.
Jeff Buckley y Elliott Smith son dos excelentes parámetros para distinguir a quienes saben de música de quienes realmente saben de música. Es decir: si pensás que lo mejor de los años noventa fueron Nirvana y Pearl Jam, estás bien orientado. Pero si además tenés en claro que entre lo mas interesante de la década está la obra de estos dos jóvenes y malogrados cantautores jamás vistos en MTV, bueno, sentite parte de una especie de elite, un poco absurda e ingrata, pero elite al fin.
A Buckley y Smith los unió su talento, su condición de singer-songwriters en una época poco propicia para el género, y, por último, su muerte trágica: el primero (hijo del también cantador Tim Buckley) falleció ahogado en el río Mississippi a los treinta y un años, mientras que el segundo se suicidó a los treinta y tres, clavándose dos puñaladas en el pecho luego de discutir con su novia.
Ahora, como si el destino siguiera emperrado en emparejarlos, salen nuevos discos de ambos con apenas catorce días de diferencia entre uno y otro.
So Real: Songs from Jeff Buckley está en las bateas primermundistas desde el 22 de mayo, una semana antes de cumplirse el décimo aniversario del chapuzón  fatal de su autor. Es lo mas parecido a un grandes éxitos que puede tener un artista sin grandes éxitos: recoge temas de su único disco de estudio (el maravilloso, sublime, perfecto Grace, de 1994) canciones de sus lanzamientos periféricos como la colección póstuma de demos (Sketches for my sweetheart the drunk o sus EP en vivo) y a modo de ganchos inéditos, una versión acústica de So Realy un cover de I Know it´s over, de The Smiths.
El objetivo de ”antología para principiantes y coleccionistas obsesivos” está cumplido, pero la prioridad sigue siendo conseguir Grace y Sketches… para conocer fielmente la eléctrica sensibilidad (tan deudora del Fol. Como de Led Zeppelín) que le valió a Buckley el elogio de Chris Cornell, Tom Yorke, Paul McCartney, Bob Dylan y David Bowie, entre otros.
Lo de Elliott Smith, en cambio es un extraño caso de lanzamiento post mortem imprescindible. Más aún: de segundo lanzamiento post mortem imprescindible! (en 2004, un año después de su deceso, salió su álbum inconcluso From a basement on the hill).
New moon, editado el 8 de mayo, es un LP doble con rarezas y out-takes fechados entre 1994 y 1998, años en los que el artista fue parte de la plantilla del sello indie Hill Rock Star. Se trata de veinticuatro canciones acústicas que muestran elocuentemente la crudeza y la fragilidad que caracterizaban a Smith, quien encaraba el Fol. Lo-fi con una viscerabilidad cuasi punk, valiéndose de un estilo vocal hipnótico (logrado mediante el uso de múltiples pistas para construir armonías consigo mismo) y - como no podía ser de otra manera para un tipo que se hace un harakiri luego de discutir con su novia- barnizando todo con una gruesa patina de infinita tristeza.

Thirteen, New monkey, High times y la versión alternativa de Miss misery (lo mas parecido a un hit que tuvo en su carrera) son los highlights de esta compilación, cuyas ganancias serán destinadas a Outside in, una ONG que se encarga de asistir a personas sin hogar en los estados unidos.

martes, 20 de marzo de 2012

"Antes del amanecer" (1995). " Antes del atardecer" (2004).



"Antes del amanecer” es una película rodada en 1995. La película Antes del atardecer (2004) es la secuela de este film.

Hablar de esas emociones y sensaciones tan intensas y agradables que algunas películas pueden llegar a evocarnos. Las historias sobre el amor romántico son las que más nos suelen llenar en este sentido, el amor define al ser humano de manera única. Y empatizar con los personajes hace que nos sintamos plenos y llenos de emociones intensas.


Te subís al tren y te acomodás voluptuosamente en el asiento, envuelto en ese estado de ánimo agradable que te acompaña cuando sabés que vas a pasarte horas a solas contigo mismo, sin hacer nada más que dejar a tu mente vagar, mirar por la ventanilla y sumergirte en la lectura de un libro o en la música que emerge de tus amigos los auriculares. Sin más planes inmediatos que los de dejarte llevar hacia el próximo destino.

En ese momento, una chica se sienta cerca tuyo. La mirás, por el acto reflejo de levantar la vista cuando vemos que alguien se mueve. Ella también te mira. Y ocurre algo. Tu corazón es más veloz que tu pensamiento y ya intuye que este trayecto no se va a limitar a dejarte a solas. Antes de que puedas pararte a razonar, tu instinto está actuando por su cuenta, y ella percibe tu reacción. Tal vez sienta lo mismo que vos. Tenés que hablarle o morir ahí mismo, porque sabes que te  vas a arrepentir durante todo lo que te quede de vida si no lo hacés. Y lo hacés. Establecés el contacto. Y ella te responde.

¿Quién no saltaría al vacío? ¿Cómo evitarlo? Es como tratar de evitar que suba la marea, o frenar la fuerza de una inundación.


Sería poco decir que en esta película sólo he visto a dos personas que se enamoran en un día fugaz. He visto el amor mismo. He visto su misma esencia. Lo he visto en su estado más puro. En el fondo siempre es el mismo.

Ambos son jóvenes, se juran amor eterno, bla, bla, bla. Pero la segunda es monumental: Jesse y Celine se reencuentran en Parí­s siete años después, en 2004 –los mismos años que transcurren entre la primera y segunda parte–, considerablemente más machacados por la vida. Primero se ponen al dí­a con sus historias. Poco a poco van adentrándose en un terreno más personal, y coinciden en cómo todos los ideales románticos de la juventud  se han trasladado a la realidad de una forma confortable… pero también vulgar, y un poco decepcionante. La historia, 68 minutos de hablar, hablar, y hablar, culmina con uno de los finales más perfectos que he visto en mi vida.

domingo, 18 de marzo de 2012

La fiesta ajena.

Nomás llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó: no le hubiera gustado nada tener que darle la razón a su madre, ¿monos en un cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí te crees todas las pavadas que te dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era por el cumpleaños. 
—No me gusta que vayas —le había dicho—. Es una fiesta de ricos. 
—Los ricos también se van a cielo —dijo la chica, que aprendía religión en el colegio. 
—Qué cielo ni cielo —dijo la madre—. Lo que pasa es que a usted, m’hijita le gusta cagar más arriba del culo. 
A la chica no le parecía nada bien la forma de hablar de su madre: ella tenía nueve años y era una de las mejores alumnas de su grado. 
—Yo voy a ir porque estoy invitada —dijo—. Y estoy invitada porque Luciana es mi amiga. Y se acabó. 
—Ah, sí, tu amiga —dijo la madre. Hizo una pausa. 
—Oíme, Rosaura —dijo por fin—, ésa no es tu amiga. ¿Sabés lo que sos vos para todos ellos? Sos la hija de la sirvienta, nada más. 
Rosaura parpadeó con energía: no iba a llorar. 
—Cállate —gritó—. ¡Qué vas a saber vos lo que es ser amiga! 
Ella iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes mientras su madre hacía la limpieza. Tomaban la leche en la cocina y se contaban secretos. A Rosaura le gustaba enormemente todo lo que había en esa casa. Y la gente también le gustaba. 
—Yo voy a ir porque va a ser la fiesta más hermosa del mundo, Luciana me lo dijo. Va a venir un mago y va a traer un mono y todo. 
La madre giró el cuerpo para mirarla bien y ampulosamente apoyó las manos en las caderas. 
-¿Monos en un cumpleaños? —dijo—. ¡Por favor! Vos sí que te crees todas las pavadas que te dicen. 

Rosaura se ofendió mucho. Además le parecía mal que su madre acusara a las personas de mentirosas simplemente porque eran ricas. Ella también quería ser rica, ¿qué? Si un día llegaba a vivir en un hermoso palacio, ¿su madre no la iba a querer tampoco a ella? Se sintió muy triste. Deseaba ir a esa fiesta más que nada en el mundo. 
—Si no voy me muero —murmuró, casi sin mover los labios. 
Y no estaba muy segura de que se hubiera oído, pero lo cierto es que la mañana de la fiesta descubrió que su madre le había almidonado el vestido de Navidad. Y a la tarde, después de que le lavó la cabeza, le enjuagó el pelo con vinagre de manzanas para que le quedara bien brillante. Antes de salir Rosaura se miró en el espejo, con el vestido blanco y el pelo brillándole, y se vio lindísima. 

La señora Inés también pareció notarlo. Apenas la vio entrar, le dijo: 
—Qué linda estás hoy, Rosaura. 
Ella, con las manos, impartió un ligero balanceo a su pollera almidonada: entró a la fiesta con paso firme. Saludó a Luciana y le preguntó por el mono. Luciana puso cara de conspiradora; acercó su boca a la oreja de Rosaura. 
—Está en la cocina —le susurró en la oreja—. Pero no se lo digás a nadie porque es un secreto. 
Rosaura quiso verificarlo. Sigilosamente entró en la cocina y lo vio. Estaba meditando en su jaula. Tan cómico que la chica se quedó un buen rato mirándolo y después, cada tanto, abandonaba a escondidas la fiesta e iba a verlo. Era la única que tenía permiso para entrar en la cocina, la señora Inés se lo había dicho: “Vos sí, pero ningún otro, son muy revoltosos, capaz que rompen algo”. Rosaura en cambio, no rompió nada. Ni siquiera tuvo problemas con la jarra de naranjada, cuando la llevó desde la cocina al comedor. La sostuvo con mucho cuidado y no volcó ni una gota. Eso que la señora Inés le había dicho: ”¿Te parece que vas a poder con esa jarra tan grande?”. Y claro que iba a poder: no era de manteca, como otras. De manteca era la rubia del moño en la cabeza. Apenas la vio, la del moño le dijo: 
— ¿Y vos quién sos? 
—Soy amiga de Luciana —dijo Rosaura. 
—No —dijo la del moño —, vos no sos amiga de Luciana porque yo soy la prima y conozco a todas sus amigas. Y a vos no te conozco. 
—Y a mí qué me importa —dijo Rosaura—, yo vengo todas las tardes con mi mamá y hacemos los deberes juntas. 
— ¿Vos y tu mamá hacen los deberes juntas? —dijo la del moño, con una risita. 
—Yo y Luciana hacemos los deberes juntas —dijo Rosaura muy seria. 
La del moño se encogió de hombros. 
—Eso no es ser amiga —dijo—. ¿Vas al colegio con ella? 
—No. 
— ¿Y entonces de dónde la conoces? —dijo la del moño, que empezaba a impacientarse. 
Rosaura se acordaba perfectamente de las palabras de su madre. Respiró hondo: 
—Soy hija de la empleada —dijo. 
Su madre se lo había dicho bien claro: Si alguno te pregunta, vos le decís que sos la hija de la empleada, y listo. También le había dicho que tenía que agregar: y a mucha honra. Pero Rosaura pensó que nunca en su vida se iba a animar a decir algo así. 
— ¿Qué empleada? — dijo la del moño—. ¿Vende cosas en una tienda? 
—No —dijo Rosaura con rabia—, mi mamá no vende nada, para que sepas. 
—Y entonces, ¿cómo es empleada? Dijo la del moño. 
Pero en ese momento se acercó la señora Inés haciendo shh shh, y le dijo a Rosaura si no la podía ayudar a servir las salchichitas, ella que conocía la casa mejor que nadie. 
—Viste —le dijo Rosaura a la del moño, y con disimulo le pateó un tobillo. 
Fuera de la del moño todos los chicos le encantaron. La que más le gustaba era Luciana, con su corona de oro; después los varones. Ella salió primera en la carrera de embolsados y en la mancha agachada nadie la pudo agarrar. Cuando los dividieron en equipos para jugar al delegado, todos los varones pedían a gritos que la pusieran en su equipo. A Rosaura le pareció que nunca en su vida había sido tan feliz. 
Pero faltaba lo mejor. Lo mejor vino después que Luciana apagó las velitas. Primero, la torta: la señora Inés le había pedido que la ayudara a servir la torta y Rosaura se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y le gritaban “a mí, a mí”. Rosaura se acordó de una historia donde había una reina que tenía derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Siempre le había gustado eso de tener derecho de vida y muerte. A Luciana y a los varones les dio los pedazos más grandes, y a la del moño una tajadita que daba lástima. 
Después de la torta llegó el mago. Era muy flaco y tenía una capa roja. Y era mago de verdad. Desanudaba pañuelos con un soplo y enhebraba argollas que no estaban cortadas por ninguna parte. Adivinaba las cartas y el mono era el ayudante. Era muy raro el mago: al mono le llamaba socio. “A ver, socio, dé vuelta una carta”, le decía. “No se me escape, socio, que estamos en horario de trabajo”.
La prueba final era la más emocionante. Un chico tenía que sostener al mono en brazos y el mago lo iba a hacer desaparecer. 
— ¿Al chico? —gritaron todos. 
— ¡Al mono! —gritó el mago. 
Rosaura pensó que ésta era la fiesta más divertida del mundo. 
El mago llamó a un gordito, pero el gordito se asustó enseguida y dejó caer al mono. El mago lo levantó con mucho cuidado, le dijo algo en secreto, y el mono hizo que sí con la cabeza. 
—No hay que ser tan timorato, compañero —le dijo el mago al gordito. 
— ¿Qué es timorato? —dijo el gordito. 
El mago giró la cabeza hacia un lado y otro lado, como para comprobar que no había espías. 
—Cagón —dijo—. Vaya a sentarse, compañero. 
Después fue mirando, una por una, las caras de todos. A Rosaura le palpitaba el corazón. 
—A ver, la de los ojos de mora —dijo el mago—. Y todos vieron cómo la señalaba a ella. 
No tuvo miedo. Ni con el mono en brazos, ni cuando el mago hizo desaparecer al mono, ni al final, cuando el mago hizo ondular su capa roja sobre la cabeza de Rosaura. Dijo las palabras mágicas… y el mono apareció otra vez allí, lo más contento, entre sus brazos. Todos los chicos aplaudieron a rabiar. Y antes de que Rosaura volviera a su asiento, el mago le dijo: 
—Muchas gracias, señorita condesa. 
Eso le gustó tanto que un rato después, cuando su madre vino a buscarla, fue lo primero que le contó. 
—Yo lo ayudé al mago y el mago me dijo: “Muchas gracias, señorita condesa”. 
Fue bastante raro porque, hasta ese momento, Rosaura había creído que estaba enojada con su madre. Todo el tiempo había pensado que le iba a decir: “Viste que no era mentira lo del mono”. Pero no. Estaba contenta, así que le contó lo del mago. 
Su madre le dio un coscorrón y le dijo: 
—Mírenla a la condesa. 
Pero se veía que también estaba contenta. 
Y ahora estaban las dos en el hall porque un momento antes la señora Inés, muy sonriente, había dicho: “Espérenme un momentito”. 
Ahí la madre pareció preocupada. 
—¿Qué pasa? —le preguntó a Rosaura. 
—Y qué va a pasar —le dijo Rosaura—. Que fue a buscar los regalos para los que nos vamos. 
Le señaló al gordito y a una chica de trenzas, que también esperaban en el hall al lado de sus madres. Y le explicó cómo era el asunto de los regalos. Lo sabía bien porque había estado observando a los que se iban antes. Cuando se iba una chica, la señora Inés le daba una pulsera. Cuando se iba un chico, le regalaba un yo-yo. A Rosaura le gustaba más el yo-yo porque tenía chispas, pero eso no se lo contó a su madre. Capaz que le decía: “Y entonces, ¿por qué no pedís el yo-yo, pedazo de sonsa?” Era así su madre. Rosaura no tenía ganas de explicarle que le daba vergüenza ser la única distinta. En cambio le dijo: 
—Yo fui la mejor de la fiesta. 
Y no habló más porque la señora Inés acababa de entrar al hall con una bolsa celeste y una rosa. 
Primero se acercó al gordito, le dio un yo-yo que había sacado de la bolsa celeste, y el gordito se fue con su mamá. Después se acercó a la de trenzas, le dio una pulsera que había sacado de la bolsa rosa, y la de trenzas se fue con su mamá. 
Después se acercó a donde estaban ella y su madre. 
Tenía una sonrisa muy grande y eso le gustó a Rosaura. La señora Inés la miró, después miró a la madre, y dijo algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo: 
—Qué hija que se mandó, Herminia. 
Por un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer dos regalos: la pulsera y el yo-yo. Cuando la señora Inés inició el ademán de buscar algo, ella también inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese movimiento. 
Porque la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa rosa. Buscó algo en su cartera. 
En su mano aparecieron dos billetes. 
—Esto te lo ganaste en buena ley —dijo, extendiendo la mano—. Gracias por todo, querida. 
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano de su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara de la señora Inés. 
La señora Inés, inmóvil, seguía con la mano extendida. Como si no se animara a retirarla. Como si la perturbación más leve pudiera desbaratar este delicado equilibrio.



Liliana Heker. De "Los bordes de lo real" (1991)

viernes, 16 de marzo de 2012

Frutile Devices.

Y yo diría Te amo, pero decirlo en voz alta es difícil
así que no voy a decir a todos los
y no voy a quedarme mucho tiempo
pero tú eres la vida que necesitaba todo el tiempo
Pienso en ti como mi hermano
a pesar de que suena tonto
las palabras son inútiles dispositivos.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El Erizo.





El Erizo (Le hérisson) pone en cuestión el vano apego a la vida, en especial cuando no se hace de ella lo que se hubiera querido. Lo plantea de una manera conmovedora, algunas veces distante, otras en forma dulce y cercana.
Morir no importa, lo que importa es lo que estás haciendo a la hora de tu muerte y hacia ese momento es que te lleva la película, con una gran dosis imaginativa mezclando discursos y formatos, con grandes diálogos, escenas mudas, una buena y armónica banda sonora y un gran guión. Me encantó el tratamiento dramático que se le da al calendario que dibuja Paloma, trazos de tinta negra sobre blanco, a veces minimalistas y otras recargados, siempre preciosos y poéticos, así como su imaginativa visual ante la cámara con el vaso, el agua y su madre y hermana.
Morir es un acto trivial, lo difícil es vivir bien para cuando llegue ese momento.

miércoles, 7 de marzo de 2012

No me ves.

No buscaba nada
no te esperaba.
Es que no sabía...
porque no buscaba más allá de lo que veía.
Y ahora y sin enterarme
estás.
No quiero esperarte
porque sé que vos ves con otros ojos
y mirás para otro lado...
Pero ahora me siento feliz
porque puedo ver más allá de lo que antes no sabía.

domingo, 4 de marzo de 2012

The Past and Pending.





Como alguien pone a la luz el primer fuego de otońo 
nos acomodamos a nosotros mismos corta distancia. 
Tos y contracción de las noticias en tu cara 
y algunas velas extranjeras, ardor en los ojos 

Celebrada el pasado muy conscientes de la pendiente 
frío como el amanecer se rompe y nos encuentra a la venta. 
Entrar en la niebla, baja otro camino descendente 
lejos de la codicia fría, su casa y el verano. 

Ciegos a las pistolas asunto, última maldición y un sinnúmero de ojos. 
Un rastro de sangre blanca delata la ruta temeraria su arte está en ejecución, 
alimentación hasta que el sol se convierte en una antorcha de madera rociando la antigua 
Perder el tiempo durante todo el día y perderse en las líneas de la disección de amor. 

Su nombre en mi elenco y mis notas sobre su estancia 
me ofrecen poco más que carińosa en un delito. 
Hemos convertido cada piedra y para todos nuestros inventos 
en materia de pérdida de amor, no tenemos el recurso en todo. 

Ciegos a la última maldición de las pistolas de rubio y los ojos un sinnúmero de
un rastro de sangre blanca delata la ruta temeraria su arte está en ejecución, 
alimentación hasta que el sol se convierte en una antorcha de madera rociando la antigua 
Perder el tiempo durante todo el día y perderse en las líneas de la disección de amor.